domingo, 31 de mayo de 2009

El poeta olvidado de Chillán


Domingo 24 de mayo de 2009
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Son muy pocas las personas que visitan al Premio Municipal de Arte y Premio Regional de Literatura Sergio Hernández (1931). Aquejado de diversas dolencias, insulinodependiente, se le ve decaído, lejos de la figura orgullosa y un tanto altiva con la que se paseaba por su querido Chillán, al que dedicó su más famoso poema, que por lo demás de tanto ser usado se transformó en un “lugar común” para él, hasta el punto que dice tenerlo “hasta la coronilla”.

En su casa, se respira cierto abandono. Huele a humedad, se sienten el frío y la oscuridad, que se constituyen en fuerzas que transforman el lugar en el último refugio de un vate que camina hacia un destino incierto.

Le cuesta moverse y en su cuerpo se advierte el paso de los años. Pero sus ojos reflejan mucha claridad de juicio, una latente capacidad creativa que está sometida por las carencias económiccas y afectivas.

Al creador lo visitan familiares directos, quienes le prestan servicios básicos, pero pasa sus días en la mayor soledad y tras superar un grave problema de salud señala que “ojalá pueda pasar el invierno”.

Vive con una pensión que no le alcanzaría para costear sus gastos y por ello puso en venta su biblioteca, formada por más de dos mil libros atesorados en toda una vida dedicada a la creación y docencia universitaria.

“Estoy esperando el resultado de los concursos Fondart para publicar la tercera versión de Adivinanzas, la que ha mejorado bastante, pues tiene nuevas ilustraciones de Max Beltrán”, señala emitiendo una voz desgastada.

Junto a él, se observan fotografías de grandes poetas nacionales como Nicanor Parra o Pablo Neruda, quienes apreciaron su obra y con quienes cultivó una gran amistad y vivió épocas mejores, ciertamente.

Hace un tiempo, un grupo de escritores que egresaron de la UBB y que lo tuvieron como profesor, lo postularon al Premio Nacional de Literatura, distinción que le habría permitido acceder a una jubilación más holgada.

“Mis ex alumnos querían presentarme al Premio Nacional y yo lo encontraba un poco exagerado.

Nunca lo he anhelado, pues siempre me he considerado un poeta provinciano, modesto, que no aspiraba a tanto”, sostiene.

Hernández vivió en España y tuvo la oportunidad de trabajar en Estados Unidos, pero finalmente se quedó en Chile, donde ejerció la docencia en diferentes universidades.

Al mirar hacia atrás, no se arrepiente de haberse quedado en Chillán lo que quizás pudo atentar contra su potencial creativo, pero sí de no haber publicado más libros, cuando la juventud se lo permitía.

“Debería haber producido más y no pierdo las esperanzas. La poesía va y viene. Estoy en un período un poco estéril. Pero, las preocupaciones económicas no me dejan, acabo de pagar un préstamo de 97 mil pesos. ¡como pedirle a un jubilado que pague esa suma¡ No me arrepiento de haberme quedado en Chillán, porque tampoco aspiro a que me coronen. El verso "Me persigue Chillán", ya me está cayendo hasta la tusa, es demasiado”, alega alzando su mano hasta su frente.

Dada su condición, espera que en el ámbito local se pueda gestar algún tipo de ayuda que le permita sortear de mejor manera su precaria condición.

“Lo que le pido al alcalde o al gobernador es que me entreguen un estímulo económico”, agrega el poeta.

IMPIEDAD POR LOS CREADORES.
Fidel Torres, gestor cultural y alumno de Hernández, sostiene que el vate ha estado en el imaginario colectivo local merced no sólo a su más famosos poema sino que a toda su producción como ensayista y docente universitario.

“Lo vemos como un gran poeta; lo hemos querido y apreciado y sabemos la importancia de su poesía. Pero lo hemos visto desvalido, aquejado de enfermedades y deteriorado físicamente”, agrega.

Al analizar la condición actual de Hernández, indica que, lamentablemente, en el país hay una “especie de impiedad por los poetas, a los que se les admira, se les enseña en los colegios, pero finalmente no se les da previsión, no hay grandes estímulos para ellos”.

En estas condiciones, no son pocos los que tras ofrendar toda una vida a la creación artística sucumbieron ante la falta de recursos para poder subsistir, como los poetas Estela Díaz, Rolando Cárdenas, Alfonso Alcalde, entre muchos otros, a quienes la sociedad no les ofreció ninguna salida.

No todos los poetas han tenido un destino trágico. Basta ver los casos de Nicanor Parra, Gonzalo Rojas o Pablo Neruda, pero varios de los que fueron parte de la generación del Premio Nobel, terminaron muy mal, como Alberto Rojas Jiménez o Joaquín Cifuentes, quienes prácticamente murieron en la calle.

“Hay poetas de todas las generaciones que han sufrido la impiedad de la sociedad, que no los ha valorado, pero otros han sido muy buenos funcionarios del Estado”, agrega Torres.

Cristian Venegas Barrientos, gestor cultural y productor audiovisual, sostiene que definitivamente siempre va a resultar difícil vivir del arte, sobre todo en ciudades más pequeñas y con menos audiencia y mercados para el tema cultural como Chillán.

En la ciudad, declara, no hay un ambiente que se caracterice precisamente por la unión de intereses y cada creador camina por su cuenta sin generar redes, que es lo que se requiere para crear una institucionalidad fuerte, lo que se ve agravado por la falta de estímulos desde la ciudad.

“Pero ¿quién es “la ciudad”?, ¿cuatro o cinco funcionarios que deben decir qué cosas que hacer y qué cosas no? Hasta el momento el único premio que existe para reconocer a artistas es el que otorga el municipio, sin embargo debieran existir muchas más instancias (públicas o privadas) en donde se reconozca la labor de los artistas.

POTENCIAL CREATIVO.
Sergio Hernández si bien tiene potencial creativo, probablemente no obtenga nunca el Premio Nacional de Literatura, reconoce uno de sus más fervientes admiradores, el docente universitario, Hugo Quintana.

Quien es editor de Ortiga Ediciones, escribió que “Hernández es un poeta del “casi” silencio, con una obra pequeña (de libros, de páginas), pero de gran altura y al mismo tiempo profundidad en cuanto a su dimensión humana, que por carecer de una “auto” promoción, o promoción (a secas), no ha recibido la atención de los frenéticos lectores de las grandes urbes, pasando –lamentablemente- inadvertida, inmutable, totalmente inexistente para una gran mayoría”.

Agrega que el poeta local, “cuenta con el respeto y el cariño fraternal de varios importantes poetas y escritores nacionales, pero también es alguien a quien se le restan méritos con demasiada liviandad a la hora de considerarlo como una de las voces mayores de nuestra poesía. Una paradoja absurda”.

Elgar Utreras, poeta local e integrante de la Generación del 90, sostiene que Hernández, quizás tardíamente, está comenzando a ser conocido y desde Argentina le están pidiendo datos acerca de su obra, luego de que la conocieran a través de Ortiga Ediciones que reeditó su libro mayor “Registro”.

Utreras, dice con orgullo, que los poetas argentinos, a quienes se le presentó la obra de Hernández, comparan a éste nada más y nada menos que con Juan Gelman, Premio Cervantes 2007.

Chillán no ha pagado bien a su poeta, sostienen los creadores locales. “Hernández no es un avecindado, es alguien que nació, se crió y volvió a la ciudad para ser un aporte, dando lo mejor de sí a las generaciones que se estaban desarrollando, por eso duele que lo ignoren”, clama Quintana.

Utreras, indica que “a los poetas, que nos entregan belleza, nosotros, como sociedad, le devolvemos silencio, vacío y muerte, antes de que partan”.

“Chillán es lo que tengo/ y eso es bastante/, para tan grande sed/ que ando trayendo,/ no hay otro cántaro que valga;/ para tanto cansancio acumulado,/ no hay otra almohada. Chillán fue mi principio,/ fue mi mañana;/lámpara verdadera/nunca se apaga”, dice el poema “Chillán me persigue”.

¿Será la ciudad capaz de entregarle al poeta justamente lo que necesita, en momentos que su propia luz pareciera apagarse?.

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