11 de septiembre, 2009
Edwards Nova se fue de Chillán a mediados de los 90’en busca del sueño americano. Hoy está en Irak y forma parte de las tropas estadounidenses que derrocaron a Sadam. Conozca su historia.
A principios de la década de los 90’ Edwards Nova era el típico joven chillanejo de la época. Egresado del Colegio Padre Hurtado, se divertía con sus amigos sin pensar que el destino lo tendría algún día lejos de la patria amada y sirviendo en el Ejército más poderoso del mundo.
Edwards reconoce hoy que era un privilegiado: “Vivía tranquilo, con comodidades y a buen nivel”, pero todo ello cambió de pronto, cuando las grandes tiendas del retail llegaron para quedarse en Chillán y de paso obligaron el cierre de decenas de negocios locales, entre los que figuró el de su padre, que a la sazón tenía un buen pasar y daba trabajo a decenas de empleados. De pronto, Edwards se vio en una situación complicada. Había sido alumno de intercambio en los EE.UU., así que decidió cambiar de rumbo, cobrar la palabra de un amigo chileno que vivía allá (Enoch Fritz), arregló un par de maletas cargadas con algo de ropa y llenas de ilusión y se fue a Norteamérica en busca del “Sueño Americano”.
Llegó a la fría Seattle con lo puesto y consciente de que debería fregar pisos y lavar platos para salir adelante. Su conocimiento de Inglés y su amigo le dieron el primer empujón, pero su perseverancia y sus deseos de surgir lo llevaron rápidamente en ascenso. Sin permisos ni papeles, Edwards la tuvo difícil, pero un empleador se dio cuenta de su buena educación y anhelos y al poco tiempo lo dejó de supervisor en una tienda. Hizo amigos (los chilenos no lo ayudaron) y aceptó la proposición de matrimonio (Sin compromiso real) de una amiga afroamericana para obtener los “papeles”. Desde ese momento todo para el cambió. Con la nacionalidad estadounidense las cosas cambian, el sueño podía empezar a convertirse en realidad...
SU PAGO A LOS EE.UU.
Rápidamente Edwards empezó a surgir. Trabajaba a doble turno en la tienda y por los noches dormía en un asilo de ancianos cuidando el lugar (la ley allá lo exige). “Con dos sueldos la vida se me estaba haciendo mucho más fácil” evoca, admitiendo que apenas pudo inició los trámites de divorcio con su amiga, de quien “estaré eternamente agradecido”.
Ya como gringo, el chillanejo tenía 33 años cuando el ataque terrorista a Nueva York lo dejó sin aliento. “El ataque a las torres gemelas marcaría mi vida para siempre” reconoce, pues desde ese día siente que está en deuda con los EE.UU., país que le permitió surgir, progresar y ayudar a su familia en Chillán. Edwards sintió que debía hacer algo y escuchó en la tienda que algunos de sus colegas se enlistarían en el Ejército porque la guerra era inminente: “Yo tenía una excelente condición física y me dijeron que podía enlistarme en la Guardia Nacional o en la Reserva si acaso no quería el servicio activo, pero yo pensaba que no me iban a “inflar” por la placa de titanio (se accidentó cuando niño) que tengo en la cabeza”. Pero Edwards tuvo una respuesta clara por parte del oficial que lo enlistó: “Acá las guerras se ganan con tecnología, no a cabezazos”, algo totalmente contrario a lo que le dijeron en Chillán cuando quiso hacer el Servicio Militar y fue rechazado.
Un oficial como de dos metros de altura y con sombrero café de ala ancha -muy parecido al de la película “Reto al destino” y “con más músculos que Terminator”- le entregó el entrenamiento básico durante 11 semanas. Tras ello, recibió otro curso de 40 semanas para tener una especialidad, tiempo durante el cual no pudo salir, ver televisión, ni usar el computador. Sólo le fue permitida una llamada de tres minutos a la semana. De 400 postulantes que entraron, sólo poco más de la mitad llegó a la meta, entre ellos Edwards, uno de los mejores de la clase. Ya estaba listo para lo que vendría...
ARENA Y SOL
Medio Oriente es otro mundo. Aparte de la geografía y el clima, la gente en Kuwait (su primera estación) es y vive de manera diferente: Automóviles de lujo, no trabajan, el Gobierno los mantiene y ven a los camellos como uno de los bienes más preciados. Edwards se empapó pronto de la nueva, pero a la vez milenaria cultura que tenía ante sus ojos.
Llegó junto a su nueva esposa un día de Navidad y aunque hasta hoy ha buscado, ningún chileno se ha cruzado por su camino. De la guerra prefiere no pronunciarse. Asegura que Obama es muy querido por sus colegas, no así George Bush, quien levanta más anticuerpos entre quienes defienden los intereses de EE.UU. a miles de kilómetros de sus hogares.
Edwards vive cómodamente. La superpotencia tiene desde cines hasta bares para sus soldados en medio del desierto y en las diferentes ciudades donde están sus destacamentos. Su bandera chilena lo sigue a cualquier punto donde sea destinado y aunque la temperatura es infernal -hasta 56ºC durante el día y “baja” a 44ºC en la noche- al chillanejo no le importa tomar más de cuatro litros de agua al día para poder soportar los rigores del paisaje iraquí. Se especializó en Transporte y Telecomunicaciones, la que no le representa mayores riesgos, pero que tampoco lo excluye de ellos, sobre todo cuando abandona la base y tiene que viajar por medio del país, en zonas desmilitarizadas y bajo constante peligro de algún ataque.
“Lo principal es mantenerse siempre vivo y alerta” es el slogan de Edwards en Irak. Desde hace rato piensa como militar: “Nunca debes distraerte ni soñar despierto porque eso te aleja de la realidad” , pero también no reniega de su sangre chilena y reconoce que -a diferencia de sus colegas gringos- el trato de él para con los iraquíes es mucho más cercano y diferente. “El iraquí reza cinco veces al día, no se les puede saludar con la mano izquierda, ni tampoco te pueden ver la suela de tus zapatos, porque eso significa que ellos son peor que el polvo que pisas”, cuenta por vía electrónica desde el punto más militarizado del planeta, desmenuzando más de las costumbre de un pueblo que permite el golpear a sus mujeres, pero que a la vez muestra también a veces un desarrollo filosófico y humano importante.
Edwards se forma a las 6.30 horas, tiene una hora de educación física y luego, entre 7.30 y 9 se dedica a su aseo. Entre 9 y 11.30 trabaja y luego hasta las 13 horas se dedica a almorzar y su vida personal. El “fuerte” del trabajo se realiza desde las 13 hasta las 17 horas, tras lo cual tiene “libre” para por la noche dormir y preparar una nueva jornada bajo el abrasador sol del desierto.
RECONOCIMIENTO
“A veces voy a pagar la cuenta y ya está cancelada” sostiene para ejemplificar el reconocimiento del pueblo americano a sus soldados. Además, su sueldo no es menor y -aunque no lo cuantifica- reconoce que le alcanza para tener automóviles de última generación y un acceso a salud y a comodidades que sólo la clase alta chilena puede ostentar.
La idea de Edwards es continuar en el “Army” hasta que pueda jubilar. Él ya es un “veterano” de guerra y a su regreso a los EE.UU. tendrá todo lo que ello significa. Aunque es de naturaleza soñadora, hoy está 100% mentalizado en salir vivo de Irak y no se permite distracciones. Tiene claro que desea vivir en Norteamérica, donde “No necesitas ir de terno y corbata a ningún lado para ser atendido como se debe o te mereces... no está el guardia de supermercado siguiéndote si tu apariencia no es la “correcta”, ni existen diferencias sociales tan grandes como se aprecian en Chile”, pero también reconoce que “la sangre tira” y todos los días busca chilenos para poder conversar de su patria que tanto ama. “¿Volver a Chile...? A Chile lo llevo en mi corazón y regreso cada vez que puedo... Incluso cuando estoy en mi habitación pienso en cada rincón de Chillán y en cada uno de mis familiares. Extraño a mi gente y leo LA DISCUSIÓN todos los días... llevo mi bandera a todas partes por si se me acerca alguien ... No encuentro a ninguno aún, pero todos los días grito ¡Viva Chile!”, escribe con nostalgia desde la cuna de la civilización humana.
Edwards Nova planea volver en diciembre a Chile para estar con su familia. Mientras tanto es nuestro único “embajador” en esa parte del mundo. Defiende a otro país, pero lleva a Chile y a Chillán en el corazón. Una vez tuvo que partir, pero en el fondo de su alma cree que volverá. No puede ser de otra forma, es un chillanejo hijo de esta tierra y ello ni el sol ni la arena del desierto lo pueden borrar.
MÁS INFO EN: http://web.ladiscusion.cl/web/index.php?option=com_content&view=article&id=1702:un-chillanejo-bajo-fuego-en-irakl-&catid=67:domingo&Itemid=102
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A principios de la década de los 90’ Edwards Nova era el típico joven chillanejo de la época. Egresado del Colegio Padre Hurtado, se divertía con sus amigos sin pensar que el destino lo tendría algún día lejos de la patria amada y sirviendo en el Ejército más poderoso del mundo.
Edwards reconoce hoy que era un privilegiado: “Vivía tranquilo, con comodidades y a buen nivel”, pero todo ello cambió de pronto, cuando las grandes tiendas del retail llegaron para quedarse en Chillán y de paso obligaron el cierre de decenas de negocios locales, entre los que figuró el de su padre, que a la sazón tenía un buen pasar y daba trabajo a decenas de empleados. De pronto, Edwards se vio en una situación complicada. Había sido alumno de intercambio en los EE.UU., así que decidió cambiar de rumbo, cobrar la palabra de un amigo chileno que vivía allá (Enoch Fritz), arregló un par de maletas cargadas con algo de ropa y llenas de ilusión y se fue a Norteamérica en busca del “Sueño Americano”.
Llegó a la fría Seattle con lo puesto y consciente de que debería fregar pisos y lavar platos para salir adelante. Su conocimiento de Inglés y su amigo le dieron el primer empujón, pero su perseverancia y sus deseos de surgir lo llevaron rápidamente en ascenso. Sin permisos ni papeles, Edwards la tuvo difícil, pero un empleador se dio cuenta de su buena educación y anhelos y al poco tiempo lo dejó de supervisor en una tienda. Hizo amigos (los chilenos no lo ayudaron) y aceptó la proposición de matrimonio (Sin compromiso real) de una amiga afroamericana para obtener los “papeles”. Desde ese momento todo para el cambió. Con la nacionalidad estadounidense las cosas cambian, el sueño podía empezar a convertirse en realidad...
SU PAGO A LOS EE.UU.
Rápidamente Edwards empezó a surgir. Trabajaba a doble turno en la tienda y por los noches dormía en un asilo de ancianos cuidando el lugar (la ley allá lo exige). “Con dos sueldos la vida se me estaba haciendo mucho más fácil” evoca, admitiendo que apenas pudo inició los trámites de divorcio con su amiga, de quien “estaré eternamente agradecido”.
Ya como gringo, el chillanejo tenía 33 años cuando el ataque terrorista a Nueva York lo dejó sin aliento. “El ataque a las torres gemelas marcaría mi vida para siempre” reconoce, pues desde ese día siente que está en deuda con los EE.UU., país que le permitió surgir, progresar y ayudar a su familia en Chillán. Edwards sintió que debía hacer algo y escuchó en la tienda que algunos de sus colegas se enlistarían en el Ejército porque la guerra era inminente: “Yo tenía una excelente condición física y me dijeron que podía enlistarme en la Guardia Nacional o en la Reserva si acaso no quería el servicio activo, pero yo pensaba que no me iban a “inflar” por la placa de titanio (se accidentó cuando niño) que tengo en la cabeza”. Pero Edwards tuvo una respuesta clara por parte del oficial que lo enlistó: “Acá las guerras se ganan con tecnología, no a cabezazos”, algo totalmente contrario a lo que le dijeron en Chillán cuando quiso hacer el Servicio Militar y fue rechazado.
Un oficial como de dos metros de altura y con sombrero café de ala ancha -muy parecido al de la película “Reto al destino” y “con más músculos que Terminator”- le entregó el entrenamiento básico durante 11 semanas. Tras ello, recibió otro curso de 40 semanas para tener una especialidad, tiempo durante el cual no pudo salir, ver televisión, ni usar el computador. Sólo le fue permitida una llamada de tres minutos a la semana. De 400 postulantes que entraron, sólo poco más de la mitad llegó a la meta, entre ellos Edwards, uno de los mejores de la clase. Ya estaba listo para lo que vendría...
ARENA Y SOL
Medio Oriente es otro mundo. Aparte de la geografía y el clima, la gente en Kuwait (su primera estación) es y vive de manera diferente: Automóviles de lujo, no trabajan, el Gobierno los mantiene y ven a los camellos como uno de los bienes más preciados. Edwards se empapó pronto de la nueva, pero a la vez milenaria cultura que tenía ante sus ojos.
Llegó junto a su nueva esposa un día de Navidad y aunque hasta hoy ha buscado, ningún chileno se ha cruzado por su camino. De la guerra prefiere no pronunciarse. Asegura que Obama es muy querido por sus colegas, no así George Bush, quien levanta más anticuerpos entre quienes defienden los intereses de EE.UU. a miles de kilómetros de sus hogares.
Edwards vive cómodamente. La superpotencia tiene desde cines hasta bares para sus soldados en medio del desierto y en las diferentes ciudades donde están sus destacamentos. Su bandera chilena lo sigue a cualquier punto donde sea destinado y aunque la temperatura es infernal -hasta 56ºC durante el día y “baja” a 44ºC en la noche- al chillanejo no le importa tomar más de cuatro litros de agua al día para poder soportar los rigores del paisaje iraquí. Se especializó en Transporte y Telecomunicaciones, la que no le representa mayores riesgos, pero que tampoco lo excluye de ellos, sobre todo cuando abandona la base y tiene que viajar por medio del país, en zonas desmilitarizadas y bajo constante peligro de algún ataque.
“Lo principal es mantenerse siempre vivo y alerta” es el slogan de Edwards en Irak. Desde hace rato piensa como militar: “Nunca debes distraerte ni soñar despierto porque eso te aleja de la realidad” , pero también no reniega de su sangre chilena y reconoce que -a diferencia de sus colegas gringos- el trato de él para con los iraquíes es mucho más cercano y diferente. “El iraquí reza cinco veces al día, no se les puede saludar con la mano izquierda, ni tampoco te pueden ver la suela de tus zapatos, porque eso significa que ellos son peor que el polvo que pisas”, cuenta por vía electrónica desde el punto más militarizado del planeta, desmenuzando más de las costumbre de un pueblo que permite el golpear a sus mujeres, pero que a la vez muestra también a veces un desarrollo filosófico y humano importante.
Edwards se forma a las 6.30 horas, tiene una hora de educación física y luego, entre 7.30 y 9 se dedica a su aseo. Entre 9 y 11.30 trabaja y luego hasta las 13 horas se dedica a almorzar y su vida personal. El “fuerte” del trabajo se realiza desde las 13 hasta las 17 horas, tras lo cual tiene “libre” para por la noche dormir y preparar una nueva jornada bajo el abrasador sol del desierto.
RECONOCIMIENTO
“A veces voy a pagar la cuenta y ya está cancelada” sostiene para ejemplificar el reconocimiento del pueblo americano a sus soldados. Además, su sueldo no es menor y -aunque no lo cuantifica- reconoce que le alcanza para tener automóviles de última generación y un acceso a salud y a comodidades que sólo la clase alta chilena puede ostentar.
La idea de Edwards es continuar en el “Army” hasta que pueda jubilar. Él ya es un “veterano” de guerra y a su regreso a los EE.UU. tendrá todo lo que ello significa. Aunque es de naturaleza soñadora, hoy está 100% mentalizado en salir vivo de Irak y no se permite distracciones. Tiene claro que desea vivir en Norteamérica, donde “No necesitas ir de terno y corbata a ningún lado para ser atendido como se debe o te mereces... no está el guardia de supermercado siguiéndote si tu apariencia no es la “correcta”, ni existen diferencias sociales tan grandes como se aprecian en Chile”, pero también reconoce que “la sangre tira” y todos los días busca chilenos para poder conversar de su patria que tanto ama. “¿Volver a Chile...? A Chile lo llevo en mi corazón y regreso cada vez que puedo... Incluso cuando estoy en mi habitación pienso en cada rincón de Chillán y en cada uno de mis familiares. Extraño a mi gente y leo LA DISCUSIÓN todos los días... llevo mi bandera a todas partes por si se me acerca alguien ... No encuentro a ninguno aún, pero todos los días grito ¡Viva Chile!”, escribe con nostalgia desde la cuna de la civilización humana.
Edwards Nova planea volver en diciembre a Chile para estar con su familia. Mientras tanto es nuestro único “embajador” en esa parte del mundo. Defiende a otro país, pero lleva a Chile y a Chillán en el corazón. Una vez tuvo que partir, pero en el fondo de su alma cree que volverá. No puede ser de otra forma, es un chillanejo hijo de esta tierra y ello ni el sol ni la arena del desierto lo pueden borrar.
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